A un año de la impresionante final Argentina-Francia en el Mundial de Qatar, se erige como un potente catalizador que desata el debate sobre la mejor definición en la historia de la Copa Mundial de la FIFA.

La trama, digna de una película o novela, llena de matices y rebosante de emociones, indiscutiblemente la posiciona entre los partidos más fantásticos de la competición que se inició en Uruguay en 1930.

A lo largo de más de 90 años de existencia, la Copa Mundial ha presenciado 22 definiciones de diversos niveles, pero pocas, muy pocas, cumplen con los requisitos para convertirse en un espectáculo completo, con un fútbol de alta calidad y situaciones destinadas a perdurar en la memoria a lo largo del tiempo.

La remontada de Uruguay ante Argentina (4-2) en la primera edición; el épico Maracanazo de la «Celeste» contra Brasil en 1950; la apasionante victoria de Alemania sobre Hungría (3-2) en el ’54; la brillante actuación de Brasil con Pelé en Suecia ’58 y México ’70; y la dramática consagración de Argentina con Diego Maradona en México ’86 son parte del capítulo dorado, al que se sumó la Selección de Lionel Scaloni con una victoria perfecta.

La final del 18 de diciembre de 2022 en el estadio de Lusail tuvo todos los ingredientes: la presencia del mejor jugador del mundo (Lionel Messi) en su ¿despedida mundialista?; la amenaza del heredero del trono (Kylian Mbappé), goleador de la competencia y ganador de la Copa del Mundo cuatro años antes en Rusia; el enfrentamiento entre las dos selecciones que mejor habían jugado en el Mundial; la superioridad aplastante de un equipo hasta el minuto 80, una reacción impensada del campeón herido; la atajada épica de «Dibu» Martínez para evitar la catástrofe y finalmente un desenlace feliz para Argentina en el infierno de los penales.

Goce, sorpresa, angustia, drama, confusión, consternación, nervios, desahogo y delirio, todo condensado en casi tres horas de acción, con una multitud desencajada en el estadio y todo un país en vilo a través de las pantallas de los televisores.

Fue una prueba para el sistema nervioso de los argentinos de la que no hubo indicios hasta el tramo final del tiempo reglamentario cuando el curso del partido tomó un rumbo adverso, como determinado por una fuerza exógena contraria.

Argentina jugó unos primeros 80 minutos de ensueño, en los que Messi fue el director de una orquesta brillantemente ajustada para la ejecución de la última pieza. La diferencia entre un equipo y otro en el primer tiempo se plasmó con una diferencia de nivel asombroso para la instancia en disputa.

La conducta del DT francés Didier Deschamps lo dejó de manifiesto con una decisión inédita: dos cambios tácticos antes de que se produjera el descanso. Por la falta de reacción de su equipo, Francia reemplazó de forma temprana a sus delanteros Ousmane Dembelé y Olivier Giroud para ubicar a Marcus Thuram y Randal Kolo Muani, quien tendría un protagonismo central en la noche de Medio Oriente.

La «Scaloneta» dominaba a placer con una defensa bien plantada, un mediocampo aceitado y un ataque certero y voraz. Ángel Di María, tantas veces apuntado por su desgracia en partidos definitorios, repitió el nivel determinante de la final de la Copa América 2021 en el Maracaná y la Finalissima 2022 en Wembley.

«Fideo», una de las apuestas de Scaloni para sorprender a «Les Bleus», ubicado por la banda izquierda, forzó el penal del 1-0 y facturó el 2-0 en una transición perfecta del equipo argentino, que combinó a un toque a lo largo de toda la cancha, con Molina, Messi, Julián y Alexis, asistente del extremo rosarino.

Tan grande era la diferencia de funcionamiento que la sensación de un tiempo de sobra comenzó a percibirse en el segundo período cuando Argentina comenzaba a regular su esfuerzo ante un rival controlado, incapaz de llegar con peligro al arco de «Dibu» Martínez.

Pero a los 80 minutos se produjo un punto de inflexión: el comienzo de otra final, insólita, disparatada, sin ninguna conexión con lo visto antes. Todo se disparó por un pequeño descuido de Nicolás Otamendi, que perdió su posición ante el acoso de Kolo Muani y cometió un penal que Mbappé transformó en la resurrección de Francia.

Un minuto después, cuando Argentina todavía asimilaba emocionalmente el descuento, Mbappé apareció en toda su dimensión y empató el partido con una volea para el estupor de todo el estadio. La final que parecía definida, que los hinchas «albiceleste» saboreaban con placer, quedó 2 a 2 en un abrir y cerrar de ojos.

Los fantasmas de Brasil 2014, de las finales perdidas ante Chile en la Copa América, de ver a Messi otra vez frustrado con lágrimas en los ojos fueron una película que se proyectó en la mente de todos los argentinos.

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Con esa angustia, con semejante temor, la Selección encaró una prórroga para la que no estaba preparada, pero el equipo la asimiló con entereza ante un rival motivado por la hazaña. Messi, líder como en todo el Mundial, recuperó la ventaja con su segundo gol personal, un 3-2 que entonces sí parecía definitivo pero que se desvaneció diez minutos más tarde por otro infortunio: una mano sin intención de Gonzalo Montiel en el área.

Mbappé, infalible en el tramo final de la noche qatarí, volvió a empatar en el minuto 118 antes de otra jugada dramática, que pudo cambiar el curso de la historia. Una devolución desde la última línea de Francia se transformó en una asistencia perfecta para Kolo Muani, que picó al espalda de los defensores argentinos y quedó enfrentado con el arquero

Quizás guiado por la influencia de Maradona, «Dibu» Martínez mantuvo sus ojos bien abiertos y se lanzó hacia el delantero, extendiendo su cuerpo para cubrir el arco y bloquear la volea con su pierna izquierda, todo esto cuando el reloj ya marcaba 122 minutos y 44 segundos de juego.

Esta destacada actuación, equiparada al renombrado incidente de la «Mano de Dios» en México ’86, fue seguida por una reacción inmediata del equipo argentino que podría haber significado el 4-3, de no ser por un cabezazo imperfecto de Lautaro Martínez. El dramatismo alcanzó su punto máximo en apenas segundos.

La fase de los penales fue el epílogo de un partido que se había convertido en una verdadera agonía, una tortura para los corazones que ansiaban la tercera estrella. Los jugadores argentinos no erraron, y «Dibu» Martínez se convirtió en una leyenda al gritar finalmente, sí, de una vez y para siempre, «¡Argentina campeón mundial!».

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