El tucumano Damián Wurschmidt, de 51 años, falleció el 29 de mayo en la ciudad de Málaga, España, luego de enfrentar con admirable serenidad, claridad mental y una profunda conexión espiritual un cáncer de colon en etapa avanzada. Su experiencia trascendió el ámbito médico: se transformó en una poderosa enseñanza sobre cómo encarar la vida —y la muerte— con dignidad, entrega y agradecimiento.

Desde una cama del Hospital Universitario Virgen de la Victoria, donde permanecía internado en cuidados paliativos, escribió el 17 de mayo una de sus últimas reflexiones públicas: “Es un día de sol, con brisa primaveral. Los calmantes me permiten transitar con lucidez y sin sufrimiento este último tramo”. En sus palabras, la muerte no era una enemiga temida, sino un desenlace natural; su verdadero temor era el dolor que empaña la razón.
Damián había viajado a Europa en busca de una alternativa curativa. Cuando arribó a España, su salud ya estaba visiblemente deteriorada: caminaba con dificultad, se desplazaba en silla de ruedas y había perdido mucho peso. En lugar de encontrar una respuesta esperanzadora, recibió una noticia devastadora: los tratamientos convencionales ya no eran una opción. Los médicos lo derivaron directamente a cuidados paliativos. Sin embargo, este revés no lo sumió en la desesperanza, sino que lo llevó a una profunda resolución: él tomaría el control sobre cómo viviría el tiempo que le quedaba.
A pesar de no poder regresar físicamente a Tucumán, su lugar natal, decidió crear momentos de despedida desde la distancia. Organizó encuentros virtuales con amigos, familiares y compañeros. En esas reuniones no hubo solo tristeza; hubo abrazos digitales, risas compartidas, recuerdos, gratitud y emoción. Incluso reconectó con parientes con los que había perdido contacto hacía décadas. “Fue como si nunca nos hubiéramos separado”, compartió. Ese reencuentro lo impulsó, según dijo, “a mirar hacia la luz”.
Su diagnóstico había llegado en diciembre de 2024, aunque el tumor ya se había estado desarrollando en silencio por varios años. Tras una cirugía de urgencia que evitó un estallido interno, Damián relataba con orgullo cómo, apenas dos días después de la operación, ya hacía sentadillas. Sin embargo, con el tiempo, la metástasis hepática fue limitando su movilidad hasta dejarlo inmóvil.
Damián no temía el fin de la vida, pero sí el sufrimiento físico. Por eso, además de la medicina convencional, apostó por tratamientos alternativos e integrativos: megadosis de vitamina C, prácticas de yoga, terapias complementarias. Mantuvo viva su pasión por el movimiento a través de la danza afro, una disciplina que amaba profundamente. Sus compañeras, al saber que ya no podía bailar, le enviaron un emotivo video danzando para él, como una ofrenda de afecto.
En sus días finales, escribió una frase que resume su experiencia: “Este es el momento más importante de mi vida. Todo empieza a verse pequeño ante la inmensidad de lo que está por venir. Estar despierto, en paz y rodeado de amor es el mayor privilegio. Mi cuerpo se apaga, pero no estoy solo. Gracias a todos”.
Comprometido con el humanismo, Damián encontraba refugio en una figura simbólica que lo acompañaba en sus momentos más difíciles: una presencia interior que encarnaba la sabiduría, la fortaleza y la bondad. Esa figura, reveló, era su padre, Pedro Wurschmidt. En su diálogo interior, le pedía protección, guía y consuelo. Ese vínculo espiritual lo ayudaba a sentirse acompañado en su tránsito final.
En su proceso de despedida, también buscó hablar con jóvenes, muchos de los cuales confesaban no pensar en la muerte. Damián les ofrecía otra mirada: que la partida no necesariamente debe vivirse como tragedia, sino que puede estar llena de sentido, serenidad y amor.
Sus restos serán traídos a Tucumán por su compañera, quien cumplirá su deseo de que sus cenizas descansen en un campo humanista ubicado entre Lules y El Bracho, en la zona de Los Bulacio. Aunque su cuerpo se apagó lejos de su provincia natal, su elección de cómo irse se convirtió en un legado. Con su historia, Damián dejó una huella luminosa para quienes aún seguimos en este lado del camino.