En las últimas semanas ha resurgido con fuerza en Tucumán un caso que conmociona a la comunidad: el de Manuel García Fernández, exasesor político de Beatriz Rojkés, condenado a 16 años de prisión por abusar sexualmente de su hijastra desde que ella tenía apenas 11 años. La víctima, ahora adulta, ha decidido romper el silencio y contar su historia al programa Enterate Ahora, revelando detalles que demuestran cómo el horror puede esconderse tras las fachadas más respetables.
La doble victimización: abusos físicos y emocionales
El relato de la víctima pinta un cuadro desgarrador de maltratos que comenzaron poco después del matrimonio de su madre con García Fernández. «Vivíamos en un monoambiente. Al mes de casarse, comenzó a pegarme con el cinturón por tener escondida una moneda de 25 centavos», recuerda con dolor. Pero esto era solo el principio: «Me pegaba en la cola delante de ella y me tocaba ahí. Gritaba del dolor porque me quedaba llena de moretones».
El panorama empeoró cuando la familia se mudó a la casa del padre de García Fernández. Allí nacieron sus dos hermanos menores, quienes también sufrieron maltratos. «Fueron lo único bueno que me dieron», confiesa la víctima, revelando que los abusos sexuales comenzaron en su antigua vivienda de la calle 24 de Septiembre y continuaron en su nuevo hogar en San Lorenzo.
El siniestro disfraz espiritual
Lo más perturbador del relato es cómo García Fernández utilizó creencias espirituales para justificar y perpetuar sus abusos. «Se hacía pasar por un médium llamado Kum, un espíritu coreano de 2.000 años que venía a ayudarme», explica la víctima. «Me decía que era un sacrificio necesario para solucionar los problemas del mundo, y que cuando muriéramos, nuestras almas estarían unidas por la eternidad».
Esta macabra farsa incluía sesiones de meditación y mantras de yoga, que servían de excusa para los abusos. «Me levantaba la remera haciéndose pasar por Kum. Si dudaba, pensaba que los abusos eran por nada», relata con angustia.
La complicidad materna y el silencio familiar
Quizás lo más doloroso para la víctima fue la actitud de su madre, Rosa Méndez. «Ella nunca fue madre. Era fría y distante desde antes de casarse con García Fernández», afirma. La mujer describe escenas desgarradoras: «Mi hermano con autismo nos vio durante un abuso. Ella entró, lo vio todo, y solo se lo llevó».
La violencia económica y emocional por parte de su madre continúa hasta hoy: «Ejerce violencia económica contra nosotros. La gente cree que por ser mujer no puede ser abusadora, pero lo es».
Las secuelas de un infierno prolongado
El trauma dejó profundas huellas: «Dejé de reírme y comencé a cortarme». En la escuela secundaria vivió cinco sustos de embarazo con atrasos de más de dos meses. «Era como estar bajo el agua», describe. Los pensamientos suicidas fueron constantes: «Quería tirarme de una terraza, pero según él eso significaría estar con él por la eternidad».
Un llamado a la conciencia social
La valiente decisión de la víctima de contar su historia busca alertar a la sociedad: «La gente merece saber quiénes son estos monstruos. Aunque tengan apellido tradicional o parezcan de familia bien, pueden ser líderes de una secta». Su definición de García Fernández es contundente: «Los psicópatas reemplazan su parte humana con cosas monstruosas. Se volvió una máquina».
Este testimonio no solo expone los horrores del abuso intrafamiliar, sino que también cuestiona a la sociedad y cómo el silencio cómplice puede perpetuar el dolor durante años a las víctimas.