Mario Vargas Llosa falleció este domingo a los 89 años, dejando tras de sí un legado monumental que trasciende las fronteras de América Latina y se proyecta en la historia universal de la literatura. Reconocido inicialmente como uno de los pilares del célebre “boom” literario de los años sesenta —un movimiento que lo unió a figuras como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes—, su relevancia cultural y política no hizo más que ampliarse con el paso del tiempo. Su presencia pública se mantuvo firme incluso en sus últimos años de vida, alimentada tanto por su obra como por su exposición mediática.
El escritor peruano no solo destacó por la profundidad y variedad de su producción literaria, sino también por una intensa vida política y social que lo mantuvo en el centro del debate público durante décadas. Aún octogenario, Vargas Llosa no dejó de generar titulares: primero al poner fin a un matrimonio que parecía eterno para entablar una relación con la reconocida figura social española Isabel Preysler, y más adelante al regresar junto a su esposa Patricia y sus hijos, con quienes compartió sus últimos tiempos. No obstante, estos aspectos de su vida personal —convertidos en material recurrente de la prensa del corazón— siempre fueron abordados con cautela por el autor, quien prefería destacar su trayectoria literaria y política antes que convertirse en protagonista de esos relatos: “mundanas” cuestiones que trató de esquivar, fiel a la imagen que cultivó de sí mismo como intelectual y figura pública.
Vargas Llosa dejó una obra difícil de igualar, que abarcó géneros diversos como la novela, el ensayo, el periodismo y el análisis político. No solo fue laureado con el Premio Nobel de Literatura en 2010, sino que acumuló numerosas distinciones a lo largo de su carrera, como el Premio Rómulo Gallegos, el Cervantes y el Príncipe de Asturias, entre muchos otros.
Durante los primeros años de su carrera, mantuvo una estrecha relación con Gabriel García Márquez, con quien compartía inquietudes ideológicas vinculadas al socialismo y una fascinación por la Revolución cubana. Sin embargo, el desencanto de Vargas Llosa con el rumbo tomado por el régimen de Fidel Castro marcó un quiebre ideológico que lo llevó a abrazar el liberalismo. A este distanciamiento político se sumaron diferencias personales que, a partir de los años setenta, sellaron un alejamiento definitivo entre ambos escritores. Ninguno de los dos volvió a pronunciarse públicamente sobre el tema, que quedó cubierto por un velo de misterio, rumores y testimonios aislados de terceros.
Nacido el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú, Jorge Mario Pedro Vargas Llosa vivió una infancia atravesada por la ausencia de su padre, Ernesto Vargas, a quien no conoció sino hasta cumplir diez años. Su madre, Dora Llosa Ureta, lo crió en un entorno familiar donde se valoraba la estabilidad y las relaciones sociales, aspectos que su padre parecía despreciar. Así lo describió el propio escritor en uno de sus textos, al relatar la hostilidad que Ernesto Vargas sentía por la familia materna: “De algún modo y por alguna complicada razón, la familia de mi madre llegó a representar para él lo que nunca tuvo o lo que la suya perdió: la estabilidad de un hogar burgués, el firme tramado de relaciones con otras familias semejantes, el referente de una tradición y un cierto distintivo social. Como consecuencia, concibió hacia los Llosa una animadversión que emergía con cualquier pretexto y se volcaba en improperios contra ellos en sus ataques de rabia”.
Durante su infancia, Mario vivió en Bolivia y en distintas regiones del Perú, y estudió en los colegios La Salle de Cochabamba y Lima. La vuelta definitiva a la capital peruana se produjo por decisión del padre, quien retomó la vida conyugal. Mientras tanto, las lecturas de autores clásicos como Alejandro Dumas y Víctor Hugo comenzaban a moldear la sensibilidad del joven que soñaba con ser escritor, mientras el país se sumía en el autoritarismo de Manuel Odría, contexto que luego inspiraría la célebre novela “Conversación en La Catedral”, publicada en 1969.
A los 14 años, su padre lo obligó a ingresar al Colegio Militar Leoncio Prado, institución que marcaría profundamente su visión del mundo y serviría de base para su primera novela de impacto, “La ciudad y los perros”. Solo cursó allí dos años de secundaria, completando el ciclo en el colegio San Miguel de Piura, ciudad donde vivía un tío suyo. Ya entonces alternaba el estudio con colaboraciones periodísticas en medios como La Crónica y La Industria.
Más adelante, se matriculó en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde cursó Letras y Derecho, sin abandonar su actividad periodística. Su compromiso político comenzó por esa época, primero en una agrupación comunista de fachada —Cahuide— y luego en la democracia cristiana. El joven Vargas Llosa, sin embargo, decidió muy pronto tomar distancia del mandato familiar. A los 18 años se casó con Julia Urquidi, tía política y once años mayor que él, en una relación que generó revuelo entre los suyos. Esa experiencia vital serviría como materia prima para una de sus novelas más conocidas: “La tía Julia y el escribidor”.
Con una beca de la Universidad Complutense de Madrid, obtuvo un doctorado en Filosofía y Letras. En 1959 se instaló en París, ciudad que marcaría un antes y un después tanto en su vida personal como en su carrera literaria. Allí se rompió su matrimonio con Urquidi y al poco tiempo contrajo matrimonio con su prima Patricia Llosa, relación que se mantuvo durante gran parte de su vida.
Instalado en Francia, trabajaba como periodista para la AFP y la Radio Televisión Francesa, al tiempo que exploraba nuevas influencias intelectuales. Él mismo contaba que por esos años era un hombre de izquierda que leía con devoción Le Monde, aunque en secreto compraba Le Figaro para disfrutar de la columna de Raymond Aron: “Conté varias veces que, cuando llegué a Francia, a finales de los cincuenta, yo era un hombre de izquierda y mi biblia era Le Monde, pero muy en secreto y casi avergonzado compraba Le Figaro una vez a la semana para leer la columna de Raymond Aron, que era la bestia parda de la izquierda”.
En los años sesenta, su compromiso con la izquierda se mantuvo firme, particularmente con la Revolución cubana, participando en iniciativas como la revista Casa de las Américas. No obstante, en 1971 rompió con el régimen castrista, al igual que otros intelectuales que cuestionaban el rumbo autoritario adoptado por Fidel y Raúl Castro.
Vargas Llosa fue el más joven entre los integrantes del boom literario, y su carrera fue acompañada por figuras clave como la agente Carmen Balcells, quien lo incentivó a dedicarse de lleno a la escritura. Entre sus grandes aportes al ensayo destaca “La orgía perpetua”, dedicado a Flaubert, publicado en 1975, al que se suman estudios sobre García Márquez, José María Arguedas, Camus, Onetti, y artistas como Fernando Botero y George Grosz.
En 1987, ante el proyecto del presidente Alan García de nacionalizar la banca, Vargas Llosa emergió como líder opositor, fundó el movimiento Libertad, y luego el Frente Democrático, que lo llevó a disputar la presidencia en 1990. Fue derrotado en segunda vuelta por Alberto Fujimori, cuya presidencia derivó en autoritarismo y escándalos de corrupción. De esa experiencia nació el libro de memorias “El pez en el agua”, que el crítico Juan Cruz definió como “un libro capital en su bibliografía en el que está la sustancia de lo que dice el jurado que le concede el Nobel: el Vargas Llosa que mira al poder desde dentro o desde sus orillas, y el que sigue maravillado y aterrado ante algunos de los elementos más sobresalientes de su niñez y de su juventud”.
Tras ese revés político, retomó con fuerza la literatura. Publicó obras como Los cuadernos de Don Rigoberto, La Fiesta del Chivo, El paraíso en la otra esquina, Travesuras de la niña mala y, en 2010, El sueño del celta. También incursionó en la dramaturgia e incluso actuó junto a Aitana Sánchez-Gijón.
Jamás abandonó la militancia política. En Buenos Aires enfrentó el boicot del kirchnerismo y en España se opuso al separatismo catalán, declarando: “El referéndum es un disparate y un anacronismo… y se necesita mucho más que una conjura golpista para destruir lo que han construido quinientos años de historia”.
Su última novela, “Le dedico mi silencio”, fue publicada en 2023 y marcó el cierre de su carrera como novelista. También se despidió del periodismo con una mirada crítica sobre los cambios en los medios: “Los mayores son tecnológicos. […] Y aunque siempre ha habido información sesgada, o, mejor dicho, información que es opinión disfrazada, hoy hay mucha más”, expresó en una entrevista con El País, periódico con el que colaboró durante más de tres décadas.
Siempre sintió un profundo afecto por su etapa de cronista. Así lo recordaba al hablar de personajes como Zavalita, protagonista de “Conversación en La Catedral”: “Siempre me parecieron interesantes como personajes porque están sumergidos en el barro humano, porque viven, sobre todo el reportero de la calle, la aventura de la vida a diario. […] También en la radio, donde trabajé de joven, conocí personajes con una dosis de locura que daba a su trabajo algo muy atractivo”.
Vargas Llosa fue un narrador infatigable, un ensayista incisivo, un periodista apasionado y un político combativo. Supo retratar el Perú profundo y también los rincones más lejanos del mundo. Desde la Amazonia hasta París, desde el Caribe hasta Londres, su obra abarcó todas las geografías y casi todas las formas del relato humano.
