La escena del boxeo, tanto en Argentina como en el mundo, se encuentra de luto por la pérdida de una de sus máximas referentes: Alejandra «La Locomotora» Oliveras, quien falleció a los 47 años tras haber sufrido un accidente cerebrovascular. Su muerte no solo marca el adiós a una figura emblemática del deporte, sino también el cierre de un capítulo donde el coraje, la superación y el compromiso social se unieron en una trayectoria ejemplar que excedió ampliamente los límites del cuadrilátero.
Originaria de El Carmen, en la provincia de Jujuy, Oliveras fue una auténtica precursora del boxeo femenino en Argentina. Desde sus inicios, se destacó no solo por su potencia y su técnica agresiva en el ring, sino también por una personalidad magnética y una convicción inquebrantable que la llevó a romper múltiples estereotipos en un ámbito históricamente dominado por los hombres. Su irrupción fue clave para abrir puertas a una nueva generación de mujeres deportistas que encontraron en ella una fuente de inspiración.
Con una carrera profesional marcada por 33 victorias, varias de ellas por nocaut, y un recorrido que la llevó a conquistar seis campeonatos mundiales en diversas categorías —entre ellas supergallo, pluma, ligero y superpluma—, Oliveras fue una verdadera máquina de batallar, de ahí su apodo: “La Locomotora”. En 2006, alcanzó uno de sus momentos más gloriosos al obtener su primer cinturón mundial en la categoría supergallo bajo la Asociación Mundial de Boxeo (AMB). A ese logro le siguieron consagraciones en la Organización Mundial de Boxeo (OMB), el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y otras instituciones internacionales, construyendo una carrera tan sólida como admirable.
La magnitud de sus logros deportivos fue reconocida oficialmente al ser incluida en el libro Guinness de los récords por haber obtenido títulos mundiales en cuatro divisiones diferentes, hecho sin precedentes en el boxeo femenino argentino. Esta hazaña no solo selló su lugar en la historia del deporte, sino que también la posicionó como un ejemplo internacional de tenacidad, evolución y excelencia competitiva.
Sin embargo, su legado no se limita a los títulos ni a las estadísticas. Alejandra también fue una mujer comprometida con su entorno social, volcando parte de su vida a tareas comunitarias y causas solidarias. Su historia de vida, atravesada por momentos difíciles y desafíos personales, la impulsó a utilizar su voz para empoderar a otros. Daba charlas motivacionales, visitaba barrios vulnerables y acompañaba a jóvenes en riesgo, demostrando que la lucha no solo se da arriba del ring, sino también en las calles y en los corazones de quienes más lo necesitan.
Su muerte representa una pérdida enorme para el deporte y para todas aquellas personas que encontraron en ella un símbolo de superación. El afecto que recibió durante su carrera y tras su fallecimiento confirma que Oliveras trascendió su rol de boxeadora: fue una referente humana, una luchadora de la vida que jamás dejó de avanzar, como una verdadera locomotora.
Alejandra Oliveras deja un vacío imposible de llenar, pero su ejemplo permanecerá encendido en cada joven que sueña con cambiar su realidad a fuerza de voluntad, en cada guante que se alza en nombre del esfuerzo y en cada rincón donde su historia siga siendo contada como la de una campeona en todos los sentidos.
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