En uno de los últimos homenajes que se le rindieron a Francisco en su ciudad natal, un grupo de sacerdotes pertenecientes al movimiento de Curas en la Opción por los Pobres organizó una misa al aire libre en la emblemática Plaza Constitución. Este espacio urbano, rodeado por edificios donde conviven la clase media con antiguas casas colectivas, es atravesado a diario por una multitud de trabajadores —algunos en condiciones estables, otros en la informalidad— que llegan a la Capital desde el conurbano en busca de sustento. Allí, en ese entorno tan contrastante donde se cruzan la marginalidad, la lucha social y la solidaridad —como la de las trabajadoras sexuales que han organizado su propio sindicato—, tuvo lugar una celebración que resumía de manera simbólica la esencia de la prédica del Papa: la construcción de una “Iglesia para todos”, la crítica constante a las dinámicas de exclusión y una firme oposición al capitalismo salvaje.
El Papa Francisco (izq.) en sus años de juventud con su hermano Oscar Bergoglio.
Esa sensibilidad hacia los más vulnerables no se forjó únicamente en los ámbitos eclesiásticos formales. Desde los años más tempranos de su vida, Francisco fue moldeando una cosmovisión de corte ecuménico y profundamente humanista, que encuentra sus raíces tanto en los seminarios como en los vínculos familiares de su infancia. Nacido en 1936 en Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio pertenecía, según su propia descripción, a una familia de clase media “bienestante”. Era hijo de Mario Bergoglio, un inmigrante italiano que trabajó como contador en el ferrocarril y que, con el tiempo, abrió su propio emprendimiento: una fábrica de medias. Su madre, Regina María Sívori, argentina hija de un nativo y de una inmigrante italiana, se ocupaba del hogar.
Jorge Bergoglio con sus padres, Mario José Bergoglio, oriundo de Italia, y Regina María Sívori, hija de inmigrantes italianos también, fotografiados durante 1958
Su historia familiar estuvo marcada por hechos fortuitos: sus abuelos paternos habían planeado viajar a Argentina a bordo del buque Principessa Mafalda, que terminó hundiéndose frente a las costas de Brasil. Un cambio de último momento en el pasaje les salvó la vida. Estos abuelos residían muy cerca de la casa de Jorge, en el barrio de Flores, mientras que los maternos vivían en Almagro, en la calle Quintino Bocayuva 556. La ciudad de aquel entonces era muy distinta: casas bajas dominaban el paisaje, los tranvías surcaban las calles empedradas y el tango era omnipresente, justo en su época dorada, con figuras emergentes como Tita Merello.
De izquierda a derecha, arriba: la hermana del Papa, María Elena, Regina Sívori, Alberto Bergoglio, Jorge Bergoglio, Oscar Bergoglio, Martha Bergoglio y el hermanastro del Papa Enrique Narvaja. Sentados de izquierda a derecha: el abuelo, la abuela y el padre de Bergoglio.
Uno de los recuerdos más vívidos de esa niñez tiene como protagonista a su abuelo, que tenía en uno de los patios una carpintería y un gallinero, mientras que “el otro era en donde sucedía la vida”, según evocó Francisco en una entrevista concedida a Jorge Fontevecchia para Perfil. Durante esa etapa, el pequeño Jorge pasaba largas horas junto a sus abuelos. En un pasaje de su conversación con la periodista Elisabetta Piqué, relató un episodio que marcaría su visión ecuménica desde muy chico: “Una vez, cuando tendría cuatro o cinco años, iba con mi abuela caminando por la calle y nos cruzamos dos mujeres del Ejército de Salvación, vestidas con el moño y el gorro que usaban en esa época. Al verlas, le pregunté a mi abuela si eran monjas y ella me respondió: ‘no, son protestantes pero son buenas’”. Esta respuesta lo llevó, como él mismo expresó, a “reevaluar lo que se decía desde chico, a mirar con otros ojos a los protestantes y no como el párroco de Versalles que decía que se iban a ir al infierno, o como los Jóvenes de Acción Católica que les quemaban las carpas a los evangélicos que venían a predicar”.
El contacto con el mundo del trabajo también le despertó interrogantes desde muy temprano. El propio Francisco recordó: “Al pobre lo descubrí en el personal de servicio. Siempre me preguntaba por qué yo y ellos no”. En su hogar convivió con empleadas domésticas que dejaron huella: una inmigrante siciliana, viuda y madre, llegada tras la guerra, y otra joven cordobesa. En la misma entrevista con Fontevecchia, mencionó un gesto típico de las familias italianas que practicaban en Navidad: “Dejábamos un plato libre por si llegaba un pobre a última hora a comer”.
Bergoglio creció en un tiempo atravesado por cambios políticos profundos. Aunque nació en la llamada Década Infame, fue testigo en su niñez y adolescencia del surgimiento del peronismo. En la casa de sus abuelos maternos solía visitar Elpidio González, un referente del radicalismo yrigoyenista. El Papa lo evocó con nitidez: “Recuerdo como si lo viera hoy, un hombre de barba blanca que vendía anilinas, tomando té con vino. Un día, mi abuela me lo señala y dice: ‘¿Sabes quién es don Elpidio? Fue vicepresidente de la República’. Le vendía las anilinas en 10 minutos y después hablaban 2 horas”. Su abuelo materno, hombre de tradiciones firmes, solía ir a misa o a reuniones políticas “de galera, polainas y bastón”.
Un momento clave de su formación política fue en 1945, cuando participó con su familia de un acto en Plaza Francia. En sus palabras: “Yo me acuerdo lo que fue Plaza Francia, aquel acto al que asistió desde Regina Pacini de Alvear (ex primera dama de Marcelo Torcuato de Alvear) hasta Américo Ghioldi (dirigente socialista), no fue el marxismo revolucionario de Rubens Íscaro, es curioso”. Y añadió: “Yo tenía 9 años, fuimos con mi familia que concurrió como si se tratara de la peregrinación a Luján porque ‘había que salvar la democracia’. Yo vengo de esa familia”. En ese contexto político convulsionado, apenas un mes más tarde se produjo el 17 de octubre, con la masiva movilización obrera en apoyo a Perón, quien ganaría las elecciones en febrero de 1946.
Con el tiempo, Bergoglio no sólo fue testigo de esa época, sino que interactuó con sus protagonistas. Como obispo, fue confesor de Erminda Luján Duarte de Bertolini, hermana de Eva Perón. En sus reflexiones más recientes, afirmó que “el justicialismo adoptó la doctrina social de la Iglesia que había elaborado el monseñor Nicolás de Carlo de Resistencia”. Al referirse a Perón, aseguró: “Perón era decarlista”, y concluyó que “el peronismo es un movimiento popular que tiene un largo camino que convoca mucha gente con la idea de justicia social”.
Durante su escolaridad, Jorge asistió a la Escuela Nº 8 para el nivel primario y luego a la Escuela Técnica Industrial Nº 27. Un antiguo compañero, Ernesto Mario Lach, lo describió en la biografía Francisco, Vida y Revolución de Piqué: “Jorge iba siempre muy prolijo y formal al colegio pero a la hora del fútbol, en la plazoleta Herminia Brumana, se sacaba el delantal y se ponía a jugar”. La pasión por San Lorenzo, club del cual fue hincha toda su vida, fue un legado transmitido por su padre.
La religión estuvo siempre presente en su rutina, especialmente gracias a la influencia de su abuela paterna, Rosa Margherita Vasallo. Francisco recordó en una vigilia de Pentecostés: “Mi abuela cada Viernes Santo nos llevaba a la procesión de las velas y al final llegaba el Cristo yacente y la abuela nos hacía arrodillar y nos decía ‘Miren, está muerto, ¡pero mañana va a resucitar!’. La fe ha entrado así”. También en su primera misa de Ramos como Sumo Pontífice la recordó, y mencionó que ella le enseñó una frase de gran significado: “El sudario no tiene dinero”.
Al concluir el colegio, Francisco expresó inicialmente su deseo de estudiar medicina, pero al poco tiempo cambió de rumbo. Su hermana María Elena relató que para su madre fue difícil aceptar esta decisión, pero la abuela reaccionó con entusiasmo. Él mismo lo narró así: “Cuando se lo dije a mi abuela, que ya sabía y se hizo la desentendida, me respondió: ‘Bueno, si Dios te llama, bendito sea’”.
Con apenas 20 años decidió ingresar al seminario de Villa Devoto, pero una grave pulmonía lo obligó a una cirugía en la que le extirparon el lóbulo superior del pulmón derecho. Fue recién a los 21 años cuando ingresó finalmente a la Compañía de Jesús en Córdoba, donde asumió los votos de castidad, pobreza y obediencia. Más tarde viajó a Chile para estudiar humanidades, y al regresar, se formó en el Colegio Máximo de San José, en San Miguel, donde obtuvo su licenciatura en filosofía. Allí también ejerció la docencia en literatura y psicología en instituciones como el Colegio de la Inmaculada en Santa Fe y el Colegio del Salvador en Buenos Aires. Su ordenación sacerdotal se concretó en 1969, cuando tenía 33 años.
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