El ataque aéreo del 16 de junio de 1955 sobre la ciudad de Buenos Aires no solo tuvo como propósito principal asesinar al entonces presidente Juan Domingo Perón para propiciar un golpe de Estado, sino también instalar un clima de terror extremo entre la población civil. Fue una acción sin precedentes en la historia argentina, ejecutada por aviones de la Armada con el respaldo de sectores de la Fuerza Aérea y ciertos actores políticos civiles. El centro del ataque fue la Plaza de Mayo, aunque también se extendió a otras zonas estratégicas como la residencia presidencial, emplazada en ese entonces donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional.
El saldo fue devastador: 309 víctimas fatales confirmadas y alrededor de 800 personas heridas, aunque se presume que las cifras reales son aún mayores. La mayoría de las víctimas eran personas comunes —trabajadores que se desplazaban por la ciudad, usuarios del transporte público, y transeúntes que fueron sorprendidos por los estallidos y las ráfagas de metralla.
Un intento de magnicidio frustrado
Juan Domingo Perón, el objetivo primordial del levantamiento, logró sobrevivir al ataque gracias a un cambio de ubicación a tiempo. Informado de la inminencia de la ofensiva, abandonó la Casa Rosada y se refugió en el Edificio Libertador. Desde allí, mientras todavía se oían las explosiones, emitió un mensaje radial para intentar calmar a la ciudadanía, asegurando que la situación estaba bajo control y que los responsables del alzamiento habían sido arrestados.
La figura de Franklin Lucero
El general Franklin Lucero, entonces ministro del Ejército, tuvo un papel clave en la protección del presidente. A pesar de haber subestimado inicialmente los rumores de sublevación, fue él quien le recomendó a Perón abandonar la sede gubernamental esa mañana. Posteriormente, recibió autorización para usar la fuerza militar contra los rebeldes, pero evitó alentar la conformación de milicias populares, como pedía la CGT. Lucero sería encarcelado tras la caída del peronismo y escribió un libro titulado El Precio de la Lealtad antes de morir en 1976.
Los ideólogos del ataque
Detrás de la masacre estuvieron el almirante Samuel Toranzo Calderón y el capitán de navío Enrique Noriega, ambos responsables de planificar y ejecutar el bombardeo. Toranzo Calderón, quien más tarde sería designado embajador en España por el nuevo régimen, diseñó la operación como una acción militar de alto impacto para forzar la renuncia de Perón. Noriega, por su parte, fue quien arrojó las primeras bombas desde un avión AT6, causando muertes inmediatas en la Casa Rosada y en un trolebús en el que murieron decenas de civiles.

Samuel Toranzo Calderón
La participación civil y política
Entre los conspiradores también se encontraban figuras civiles. El dirigente radical Miguel Zavala Ortiz encabezó un grupo armado con la misión de tomar una emisora radial para difundir la falsa noticia de la muerte de Perón. Su plan contemplaba la creación de una junta de gobierno compuesta por miembros de las Fuerzas Armadas y políticos como Américo Ghioldi y Adolfo Vicchi. Más tarde, durante la dictadura de Aramburu, Zavala Ortiz fue parte de la Junta Consultiva y, en democracia, se desempeñó como canciller durante la presidencia de Arturo Illia.
Inspiraciones extranjeras
Uno de los aviadores implicados, José Alfredo Bassi, había quedado fascinado con los relatos sobre el ataque japonés a Pearl Harbor y llegó a expresar que sería “interesante imaginar la Casa Rosada como Pearl Harbor”. Esta idea, más allá del magnicidio, tenía como fin generar un impacto simbólico, sembrando el caos en la población y elevando el hecho al nivel de una operación de guerra.

Un acto de crueldad extrema
La barbarie alcanzó su punto más macabro cuando el teniente Carlos Enrique Carus lanzó la última bomba del día, incluso cuando la Marina ya se había rendido. Pero su acto más atroz fue soltar los tanques de combustible del avión con el propósito de prender fuego a quienes se encontraban en la Plaza. Según investigaciones posteriores, estas acciones provocaron la carbonización de muchos cuerpos, lo que llevó a suponer, erróneamente al principio, el uso de napalm. Sin embargo, documentos técnicos revelaron que los tanques de los aviones Gloster Meteor podían ser utilizados como artefactos incendiarios.

Un rostro que se convirtió en símbolo
La imagen más cruda del atentado fue la de Natividad López, una joven madre de 26 años cuya fotografía capturó el horror de la jornada: con el rostro ensangrentado y la pierna derecha destrozada, sobrevivió milagrosamente a una de las explosiones. Ella se encontraba a bordo del trolebús que fue alcanzado por una bomba y relató años después que no sintió dolor al ver su pierna perdida. Fue trasladada en ambulancia y, desde entonces, su testimonio es un símbolo del sufrimiento causado por la violencia política.

El aviador leal al gobierno
No todos los militares se sumaron al alzamiento. El teniente Ernesto Jorge Adradas, apodado “El Muñeco”, defendió al gobierno y logró derribar uno de los aviones atacantes. Aunque fue considerado un héroe por algunos sectores, tras el golpe de septiembre de 1955 fue encarcelado por esa acción y acusado de hacer proselitismo peronista. Posteriormente, se convirtió en piloto civil y colaboró con la resistencia peronista, participando incluso del regreso definitivo de Perón al país en 1973.
