Delincuentes saquearon un bar en Laprida y hasta bebieron whisky durante el robo

En una madrugada que parecía tranquila, cuando el movimiento urbano había cesado casi por completo y la ciudad dormía, la esquina de Laprida al 100 se convirtió en escenario de un nuevo golpe de inseguridad. Lo que debería haber sido una noche sin sobresaltos terminó transformándose en la confirmación de los temores de un comerciante que, tras cerrar su bar alrededor de las 2 de la mañana, recibió cinco horas después una llamada que le heló la sangre: su local había sido saqueado.

Al llegar, el panorama era inconfundible. La primera huella de la irrupción estaba en la reja, levantada hasta la mitad, prueba visible de que alguien había forzado la entrada. El interior, en tanto, mostraba un desorden absoluto, con rastros claros de que los intrusos no solo habían irrumpido, sino que se habían tomado su tiempo dentro del lugar. La lista de lo sustraído resultaba extensa: un televisor, varias botellas de bebidas alcohólicas –entre ellas whisky– y utensilios de cocina. El cálculo del dueño fue contundente: las pérdidas rondan los dos millones de pesos.

Más allá del perjuicio económico, lo que generó mayor inquietud fue el relato posterior del propietario: “los delincuentes estuvieron varias horas adentro, hasta se tomaron una botella de whisky”. No se trató, entonces, de un robo rápido o improvisado, sino de un raid delictivo prolongado, realizado con calma y sin aparente temor a ser descubiertos. Ese detalle exhibe con crudeza las fallas en los mecanismos de seguridad, tanto en la protección del comercio como en la capacidad de prevención policial.

Lo ocurrido tampoco puede entenderse como un hecho aislado. El bar vecino también fue blanco de los mismos delincuentes, lo que refuerza la idea de que no se trató de un golpe azaroso, sino de un accionar repetido sobre una misma cuadra, una zona que, a juzgar por los hechos, ha quedado expuesta a vulneraciones sistemáticas.

Para el dueño del local, esta experiencia no constituye una novedad absoluta: ya había pasado antes por episodios similares. Esa reiteración añade un componente de frustración y desaliento que pesa incluso más que las pérdidas materiales. Quienes trabajan en horarios nocturnos o de madrugada se enfrentan a un desgaste emocional y profesional permanente, marcado por la incertidumbre de no saber cuándo volverán a ser víctimas.

Tras la denuncia, la policía inició los pasos habituales: relevó huellas, tomó declaración al damnificado y solicitó el registro de las cámaras de seguridad de la zona. Son acciones que forman parte del protocolo, pero que aparecen como respuestas tardías frente a un hecho consumado. La realidad es que, mientras los investigadores buscan reconstruir lo sucedido, queda al descubierto un dato alarmante: los delincuentes no solo entraron y robaron, sino que pudieron permanecer dentro durante horas, bebiendo y saqueando sin que nadie los interrumpiera.