Deseo dirigir unas palabras tanto a la militancia peronista de la provincia de Buenos Aires como también a todos aquellos hombres y mujeres que, aunque no compartan nuestras ideas políticas, pudieron observar con sus propios ojos lo que ocurrió en un escenario público, bajo los reflectores, cuando el presidente de la Nación, en un arranque desaforado, no dudó en pedir y hasta entonar un cántico que incitaba a “sacar del cajón” a quien en vida fue mi compañero y, además, el presidente de todos los argentinos.
Ese episodio no puede calificarse de otra manera que como un espectáculo degradante, de un pésimo gusto, que deja al descubierto actitudes impropias de un mandatario. Lo que presenciamos no es un hecho aislado, sino la muestra cabal de un comportamiento que solo puede definirse como cobarde y de una bajeza moral inaceptable.
Porque, en definitiva, se necesita ser cobarde para arremeter contra alguien que ya no está en este mundo, alguien que no tiene la posibilidad de levantar la voz para defenderse. Se necesita ser cobarde para celebrar la muerte de un adversario político como si se tratara de un triunfo, y aún más para regodearse con el dolor de quienes lloran esa ausencia. Esa clase de actitudes no hacen otra cosa que desnudar la miseria interior de quien las lleva adelante.
Lo ocurrido anoche en Moreno fue un claro ejemplo de ello. Lo que millones de argentinos vimos no fue solamente la falta de respeto ni el atropello verbal de un presidente; lo que quedó expuesto frente a todo el país fue la cobardía en estado puro, revestida de gestos teatrales y coronada con una inexpresividad que hiela: la “cara de piedra” de un jefe de Estado que, lejos de inspirar grandeza, eligió mostrar el costado más ruin de la política.