Política

Médicos y entidades rechazan las afirmaciones de Trump que relacionan el paracetamol con el autismo: «Es muy irresponsable»

En medio de una nueva polémica, el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a poner en duda la medicina científica al vincular el consumo de paracetamol durante el embarazo con la aparición de trastornos del espectro autista (TEA) en los niños, una afirmación que carece de sustento en investigaciones serias y comprobadas. Sus palabras despertaron fuertes críticas de la comunidad médica, que advierte sobre el peligro de estas declaraciones y ratifica que las mujeres embarazadas sí pueden usar el medicamento, siempre bajo indicación y en dosis adecuadas.

Los especialistas criticaron a Trump por sus dichos sobre el paracetamol y el autismo.

Las afirmaciones de Trump se dieron en el marco de una conferencia de prensa en la Casa Blanca, donde estuvo acompañado por funcionarios de su administración, entre ellos el secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr.. Allí, el líder republicano aseguró estar preocupado por lo que calificó como “uno de los problemas de salud pública más alarmantes de la historia”: el crecimiento de los diagnósticos de autismo en Estados Unidos. En ese contexto, sostuvo que “no es bueno” que las gestantes consuman Tylenol —nombre comercial del paracetamol— y advirtió que la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) “notificará a los médicos que el uso de paracetamol en el embarazo puede estar asociado a un riesgo muy elevado de autismo”. Sin embargo, nunca presentó pruebas concluyentes.

El paracetamol, sintetizado en 1877 y aprobado en EE.UU. para su uso comercial a mediados del siglo XX, se consolidó con los años como uno de los analgésicos y antipiréticos más seguros y eficaces. Por esa razón, los especialistas remarcan que los dichos de Trump son “irresponsables”, ya que el medicamento, tomado en dosis controladas, es considerado una de las pocas opciones seguras para mujeres embarazadas que sufren fiebre o dolor.

Trump fue más allá y volvió a instalar otro viejo debate: la relación entre vacunas y autismo. Para respaldar su argumento, citó a la comunidad amish de Estados Unidos, al afirmar: “Hay cierto grupo de personas que no se vacunan ni toman ninguna pastilla y no tienen autismo. Los Amish, por ejemplo, básicamente no tienen autismo”. Sin embargo, esa declaración también fue desmentida, dado que estudios científicos realizados en esa comunidad en 2010 mostraron que la prevalencia de autismo era de 1 cada 271 niños, una cifra similar a la del resto de la población.

Estas declaraciones no sorprenden en la trayectoria de Trump: en reiteradas ocasiones cuestionó la ciencia, criticó el calendario de vacunación infantil, negó el cambio climático, recomendó hidroxicloroquina contra el COVID-19, e incluso llegó a sugerir “inyectar desinfectante” o “usar luz solar” como posibles tratamientos. El hecho de haber designado a un activista antivacunas como Robert F. Kennedy Jr. en el cargo de secretario de Salud reafirmó esa línea de pensamiento.

El secretario de salud de Estados Unidos, Robert F. Kennedy Jr.

Los especialistas, en contraposición, remarcaron que no existe evidencia científica que vincule el paracetamol con el autismo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recuerda que los TEA son afecciones neurológicas que afectan la comunicación y la interacción social, y cuya incidencia es de 1 cada 100 niños en el mundo. La pediatra Jimena Diz señaló: “Hasta el momento, no hay ningún estudio que avale los dichos de Trump. Se analizaron casos de consumo prolongado de paracetamol en embarazadas y no se comprobó ninguna asociación real con el autismo. Decir lo contrario es falso e irresponsable”.

En sintonía, la neuróloga infantil Gabriela Delturco, del Hospital Público Materno Infantil de Salta, aclaró que la ciencia actual no permite establecer ninguna relación directa entre el paracetamol y el autismo: “No está comprobado. Lo que sí se sabe es que puede haber causas genéticas y epigenéticas que favorezcan la aparición de los trastornos del neurodesarrollo, pero no hay un gen único ni una droga asociada de forma concluyente”.

Los especialistas agregaron que la genética familiar juega un papel clave: quienes tienen un hijo con autismo poseen más posibilidades de que otro hijo también lo desarrolle. Además, las condiciones ambientales y sociales —como el exceso de tiempo frente a pantallas en los primeros años de vida— también pueden influir en la comunicación y el desarrollo del lenguaje. “Un niño que pasa horas frente a la televisión o el celular puede encerrarse en sí mismo y comportarse como si fuera autista, porque no hay intercambio real con otra persona”, explicó el pediatra Marcos Mercado.

En relación a las vacunas, tanto Diz como Delturco insistieron en el riesgo de los dichos de Trump. “Es irresponsable ligar vacunas con autismo, porque gracias a ellas se evitaron enfermedades graves y millones de muertes. La falsa asociación entre ambas cosas hizo un daño enorme y todavía hoy genera desconfianza en muchas familias”, destacó Diz. La neuróloga advirtió que este tipo de mensajes pueden provocar que más padres decidan no vacunar a sus hijos, lo que pone en riesgo no solo a los niños, sino a toda la comunidad.

La polémica creció cuando la FDA anunció la aprobación de la leucovorina, un medicamento usado en pacientes con deficiencia cerebral de folato, como tratamiento complementario en algunos niños con autismo. El comisionado de la agencia, Marty Makary, afirmó: “En dos tercios de los niños con autismo y deficiencia de folato se observaron mejoras significativas. El Presidente nos pidió que fuéramos audaces”. Sin embargo, especialistas como Diz y Delturco volvieron a marcar que tampoco existen evidencias sólidas: “El autismo no tiene cura porque no es una enfermedad, sino una condición. La única intervención probada científicamente es la terapia cognitivo-conductual, especialmente si se aplica en edades tempranas”.

Por último, los pediatras recordaron que el diagnóstico precoz es clave. “A los dos meses el bebé debe sonreír cuando le hablan, a los seis meses balbucear, y al año y medio decir palabras sueltas. Cuando esas conductas no aparecen, es importante consultar rápido”, señaló Mercado.

En definitiva, mientras Trump insiste en asociar el autismo con medicamentos o vacunas sin respaldo científico, la comunidad médica internacional subraya la necesidad de información responsable, tratamientos comprobados y un enfoque temprano para mejorar la calidad de vida de las personas con TEA.

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