El Gobierno nacional vive una de sus semanas más convulsionadas desde el inicio de la gestión libertaria. En apenas unos días, el presidente Javier Milei pasó de sostener públicamente, con un discurso firme y desafiante, a José Luis Espert como candidato, a terminar anunciando su salida definitiva de la lista. Este brusco cambio de posición, que se concretó en menos de una semana, refleja con claridad el nivel de crisis y la magnitud de las presiones que enfrenta el oficialismo en el marco del escándalo por los supuestos vínculos del economista con el empresario narco Fred Machado.
El contraste es notorio. Durante una entrevista radial brindada el martes, Milei había salido al cruce de las acusaciones con un tono categórico, asegurando que desprenderse de Espert significaría convalidar las versiones en su contra. “Si yo cortara la cabeza de Espert, estaría confirmando que lo que dicen sobre él es verdad”, afirmó de manera contundente en aquel momento. Sin embargo, para la noche del domingo, la defensa que había ensayado con tanta vehemencia se desmoronó, y la decisión oficial terminó siendo su desplazamiento de la nómina.
La contradicción entre sus declaraciones del inicio de la semana y la resolución tomada al final de la misma expone la fuerte tensión política que atraviesa al oficialismo, tanto por la presión de la oposición como por las internas que se intensificaron dentro de La Libertad Avanza. Finalmente, el Presidente se vio forzado a sacrificar a uno de sus principales referentes electorales con el objetivo de intentar frenar el avance del escándalo y evitar un mayor desgaste de su gobierno.
El martes, al ser consultado en una emisora radial, Milei se mostró decidido a respaldar a Espert y descalificó las denuncias en su contra. Según sostuvo, se trataba de una maniobra de carácter político destinada a dañar al espacio libertario. “Es injusto. Entonces, cualquier persona que viene y ensucia con chiste de peluquería o con cosas prefabricadas, a usted le va a costar la cabeza… me parece un disparate”, señaló.
En ese mismo pasaje, el Presidente fue incluso más allá y advirtió que ceder ante las acusaciones equivaldría a darles validez: “Cuando usted hace eso, además le valida el disparate. Claro, si yo te echo es porque es verdad lo que dijo Juan (Grabois)”, expresó, aludiendo directamente a uno de los principales denunciantes de los supuestos vínculos de Espert con el narcotráfico.
La firmeza de sus palabras se resumió en una frase que parecía marcar un rumbo inquebrantable: “Yo no voy a permitir que un conjunto de forajidos me venga a marcar la agenda”. Esa sentencia, que buscaba mostrar autoridad frente a los cuestionamientos, hoy aparece como el ejemplo más claro de lo rápido que la realidad política terminó imponiéndose sobre sus intenciones iniciales.
Apenas unos días después, lo que parecía una defensa cerrada se convirtió en una retirada obligada. El domingo a la noche, el Presidente terminó aceptando la renuncia de Espert y comunicó que sería reemplazado en la lista de candidatos por Diego Santilli, un movimiento que modificó abruptamente la estrategia electoral del oficialismo.
El discurso que acompañó ese anuncio fue muy diferente al que había dado el martes. Milei justificó la decisión afirmando que “la Argentina siempre está por encima de las personas”, en un intento de encuadrar la salida de su aliado como una acción necesaria para priorizar los intereses colectivos por sobre los individuales.
De este modo, lo que había comenzado como un desafío frontal contra los “forajidos” que, según el mandatario, pretendían imponerle la agenda, terminó siendo una admisión implícita de que esas presiones lograron torcer la estrategia inicial del oficialismo.
El caso Espert no solo dejó expuesta la vulnerabilidad del gobierno en un contexto electoral adverso, sino que además obligó a Milei a dar un giro de 180 grados en cuestión de horas, contradiciendo su propio discurso. La salida de uno de sus alfiles más cercanos, quien hasta hacía unos días era defendido como víctima de una “operación política”, se transformó en símbolo de la capacidad de la crisis para alterar incluso las convicciones más rotundas del Presidente.
La Libertad Avanza, de esta manera, entra en una nueva etapa de reacomodamiento electoral en la que el oficialismo deberá no solo enfrentar el desgaste provocado por las acusaciones de narcotráfico que rodean a Espert, sino también contener las repercusiones internas de un viraje político que dejó en evidencia hasta qué punto la presión externa puede condicionar las decisiones más altas del poder.
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